Agricultura y Ganadería
Hasta mediados del siglo XX las tareas agrícolas y ganaderas ocupaban en Aragón a un gran porcentaje de campesinos, y en Moyuela eran la dedicación mayoritaria de su población.
Con su sabiduría, experiencia y trabajo, se encargaban de sacarle el fruto a la tierra, cuidándola con mimo y esmero, sabedores que de ello dependía su supervivencia, considerándola como un ser vivo.
La mayor parte de la superficie del término de Moyuela, tradicionalmente, ha estado dedicada a la producción cerealista de secano, principalmente trigo, además de cebada, centeno y avena. Con ello se pretendía garantizar el pan de cada día. Junto a este cultivo convivieron durante muchos años el del azafrán y el de la vid.
En el caso del cereal, azafrán y vid, una gran parte de los miembros de la familia colaboraban en las diferentes tareas, especialmente en la siega y la trilla y en la recolección del azafrán y vendimia.
Hasta los años 50 del siglo pasado en el trabajo agrícola en Moyuela, como en la mayoría del mundo rural, se utilizaba la tracción animal, las “caballerías”, mulas, machos y burros, con los arados, carros y trillos, junto al trabajo manual de los agricultores (hoces y dallas).
A partir de esta década y en la siguiente comienza la mecanización del campo, con la incorporación progresiva de máquinas de tracción animal (segadora, atadora, ..) y de tracción mecánica (tractores, trilladoras y cosechadoras).
Este proceso coincide con el éxodo rural a la ciudad, que origina cambios profundos en la agricultura y ganadería, concluyendo desde los años 70 en el despoblamiento y vaciamiento de los pueblos.
La ganadería también ha sido una actividad tradicional de gran arraigo en Moyuela, centrada primordialmente en el ovino, debido a las características del terreno, clima y producción cerealista, incorporándose en las últimas décadas el vacuno y porcino, que hasta la explotación intensiva, tenía gran incidencia la cría domiciliaria de cerdos para abastecimiento familiar.
El laboreo de la tierra
La tierra dispuesta para la producción agrícola se dejaba descansar en años alternativos y necesitaba de unas labores previas para que produjera los nutrientes que necesitaban las plantas.
Las labores que se hacían a las tierras eran varias destacando la labranza. Tenían como objeto dejar las tierras listas para recibir correctamente el agua, el aire, el sol, los abonos, eliminar las malas hierbas y posteriormente depositar las semillas (siembra) y por último la cosecha. Para ello se utilizaba los arados, las azadas, la hoz o faz, esta última más para escardar y sobre todo para segar.
El arado era la herramienta fundamental del agricultor con ella se podía remover y voltear una capa más o menos profunda de la tierra de labranza. El arado más empleado era el romano, y eran arrastrados por caballerías (mulos), bajo las atentas y pesadas maniobras del agricultor.
El sistema tradicional de laboreo recomendaba dejar descansar la tierra durante un año y era el barbecho la práctica más corriente.
Durante el descanso, se dan dos o tres labores (labranzas y otras faenas) a las tierras a fin de que fertilizaran con la influencia de las lluvias, el aire y otros agentes atmosféricos.
Al llegar el mes de mayo se realizaba la primera labor con el arado o “aladro”, fijo en un principio y con vertedera después, y se llamaba “romper la tierra”.
A mediados del siglo XX se fue sustituyendo el arado por el “rusal”, así al labrar los surcos, la reja volvía la tierra y enronaba el rastrojo, muriendo las malas hierbas, oxigenándose mejor la tierra.
Se completaba en el mes de junio con una nueva labor, al “mantonar”, que se hacía en sentido contrario al anterior, volviendo la tierra a su posición de origen.
Se mejoraba el rendimiento de la tierra con el estiércol o “fiemo”, formado por excrementos de animales y paja, que se llevaba a los campos y se extendía con la espuerta y la horca.
Más tarde los abonos fueron extendiéndose para estas funciones, máxime con la mecanización de la agricultura.
La siembra
Para sembrar se reservaban las mejores semillas de la cosecha anterior. También era necesario, a veces desinfectar las semillas.
El grano para la siembra debía estar seleccionado previamente, utilizándose la “seleccionadora”, un artilugio de madera que facilitaba la separación del grano de la siembra de que se iba a utilizar para el pan y también de las granzas y semillas.
La siembra se realizaba entre octubre y primeros de diciembre, aprovechando el tempero de la tierra.
Se pasaba antes el tablón de pinchos de hierro por el campo para romper los “Terrones”, facilitándose enterrar mejor el grano.
Se sembraba a mano, con golpes efectivos, con el sistema de “voleo”, se echaba en la «sembrera» (espuerta o capazo) el grano. Una soga o fencejo de esparto desde un asa al hombro y una mano sujetaba la otra. Con la mano libre se esparcía el grano.
Una nueva pasada del tablón contribuía a dejar aplanado el suelo, quedando lista para el proceso de crecimiento del grano.
Las escardas (quitar cardos): eran necesarias para quitar las hierbas perjudiciales allá por primavera después de las primeras lluvias.
La mecanización del campo llevó, de la mano sobre todo de los tractores, a introducir sembradoras.
La siega
Supone la recolección del trigo u otros cereales. Se hacía en los meses de junio a la primera mitad de agosto dependiendo de la meteorología.
En el caso del cereal, cuando la mies alcanzaba su óptimo desarrollo todos los miembros de la familia, y en algunos casos peones, colaboraban en las tareas de la siega y la trilla para tener recogido y almacenado cuanto antes el fruto del trabajo.
El papel de la mujer era similar al del hombre. La intendencia, es decir, llevar la comida y agua se encargaba a las abuelas o hijas menores (que también cuidaban a los más pequeños en casa). Cuando el tajo estaba lejos del pueblo, muchos dormían en el campo para poder estar a primeras horas de día en la labor.
En pleno verano y bajo los calurosos y pesados rayos de sol, el cereal quedaba completamente seco y listo para la siega.
Se comenzaba temprano, pues la humedad de la noche daba flexibilidad al tallo.
Con la zoqueta se protegía la mano izquierda contra los peligrosos cortes de la faz u hoz, instrumento principal para la siega, y además se abarcaba mayor cantidad de mies en cada “puñado”, que con varios se hacía una gavilla, que se dejaban por el campo, para amontonarlas varias en fajos después, atados con fencejos de esparto, apilándose en las fajinas hasta su transporte a la era. El rastrojo se repasaba en busca de espigas con los raspallos.
Otra herramienta utilizada era la dalla, que facilitaba el corte sin inclinar el cuerpo, extendiendo más el corte.
Previamente, antes de comenzar la jornada el dallador “picaba la dalla” sobre la inclusa o pequeño yunque y periódicamente repasaba el corte con una piedra de afilar.
Más adelante (Años 50) la aparición de la máquina “segadora” y “engavilladora” de tracción animal supuso un gran avance tecnológico, pues además de cortar la mies la disponía en gavillas con precisión.
Los fajos o haces que se recogían en cada campo segado se iban amontonando en una esquina formando una fagina, que se formaba disponiendo los fajos en filas uno frente a otro, con las espigas en el centro y dejando los tallos hacia el exterior y así se iban amontonando verticalmente. Los últimos haces se disponían formando una especie de tejado dejando siempre las espigas cubiertas, para asegurar que la inesperada tormenta de verano no estropeara el grano.
En el campo quedaba la mies, esperando volver con el carro a recogerla para llevarla a la era para trillar.
En la segunda mitad del siglo XX la cosechadora fue sustituyendo a las segadoras, trillos, aventadoras, trilladoras, eras,… al realizar el trabajo de forma integrada.
Recuerdos de un verano. Junio
“Ya llegó la siega. Esta es la época más trabajosa y dura para el labrador. Significa una jornada de 15 horas, muchas bajo un sol de verano que abrasa.
Antes de la salida del sol el labrador sale ya de casa con dirección al campo, con sus hoces y aperos, el viaje hasta el campo es molesto e incómodo por ser las ruedas del carro de hierro y madera.
Al llegar al campo toma el “sopan-vino” para reponer fuerzas y comienza a segar. Antes con hoz (faz), luego con dalla y ahora con segadora o gavilladora, que deja la mies cortada en gavillas más o menos grandes, para que el “tajo” compuesto por el “atador” y los “peones o gavilleros” que acompañan vayan formando los “fajos”. Se completa la faena con los rastrilladores (raspallo) que recogen las espigas sueltas por el campo.
De rato en rato se va al “ropero” (formado por el carro y mantas que dan sombra y guardan los cántaros y botijos con el agua fresca) a echar un par de tragos para aplacar la sed. En torno a las 11 se toma el “almuerzo” (huevos fritos, adobo, jamón,…) continuando el trabajo bajo el sol sofocante, con sudor abundante, cansancio, rebajando la sed con agua con sidral o gaseosas.
Pasada la 1 del mediodía se para el tajo, se llevan las caballerías a abrevar al aljibe o al balsete cercano, se come y con un breve descanso se continúa la larga y dura jornada, bajo un sol y calor que sofoca y ahoga.
Así transcurre lentamente la tarde, ayudando con la bajada del sol y de la temperatura a hacer más llevadero el duro trabajo.
Acabada la siega y con todos los fajos atados se “enfagina”, apilándolos en montones de 30 por hiladas, esperando volver con el carro a recogerlos para llevarlos a la era para trillar.
Anocheciendo se parte del campo hacia casa con el cuerpo cansado pero satisfechos por el trabajo realizado.
Así, día tras día, sudando gota a gota, cambiando de camino y de campo, se hace la siega, constituyendo un trabajo duro, lento, pesado, para el que no se puede contar con maquinaria más moderna”.
José Abadía Tirado (11 años).
Trabajo escolar de verano. Moyuela. 1964
La trilla
La trilla comprendía una serie de actividades coordinadas y sucesivas para lograr el ansiado grano: acarrear, preparar la era y el pajar, trillar la parva, aventar, recoger y guardar.
Acarrear
Tras la siega había que trasladar y transportar (acarrear) la mies desde el campo hasta las eras, “a cargas” en cada caballería (unos cinco fajos) o en el carro o galera, que ampliaban su capacidad con unos palos verticales en punta, los espedos y también con las bolsas en su parte inferior.
La era y el pajar
Paralelamente a la siega se iba preparando la era, donde se realizaba la trilla. Así se iba rollando, endureciendo la tierra del suelo, pasando el “rollo” de piedra tirado por una caballería, hasta dejar el piso duro y consistente.
También hubo eras empedradas que facilitaban la labor de limpieza y recogida.
La era es un espacio de terreno llano y compacto a las afueras del pueblo, en lugares altos. En uno de sus extremos solía estar el pajar, una edificación muy simple de cuatro paredes de piedra, una puerta y el tejado todo ello con material sencillo: piedra, adobas, madera y cañizos.
Los fajos o haces que se recogían de los distintos campos segados se iban amontonando en una esquina de la era formando de nuevo una fagina. Para trillar se iba cogiendo de un lado dejando siempre esa estructura de casa con su tejado particular, con la intención de que la inesperada tormenta de verano no estropeara el grano en la era.
La parva
Descargados los fajos directamente en la era o desde la fagina de la era, se procedía a quitar los fencejos y a extender la mies con las horcas.
Cada parva era de unos cien fajos o proporcional a la era y al número de caballerías, en suma era la cantidad de mies que daba tiempo a trillar en un día.
La trilla
El producto de la siega (conjunto de tallos y espigas) se esparcía por la era y la trilla tenía por objeto sacar los granos de las espigas, es decir, el desgranado, además de cortar y suavizar la paja, para uso de la alimentación de los animales.
Para ello se pasaba un trillo arrastrado por los mulos que daban vueltas y vueltas alrededor de la era pisando la mies.
El trillo era una plataforma de tres tablas de madera con piedras de pedernal clavadas en su parte inferior que hacían el efecto de pequeños cuchillos que partían los tallos y entre tabla y tabla y a lo largo se colocaba una sierra o lámina metálica dentada.
Hubo dos tipos de trillos: los de arrastre y los de ruedas. Entre los primeros el más primitivo era el trillo de piedra, con su cara inferior llena de pequeñas piedras de pedernal o “pedreñas”, a veces reforzadas con tiras de chapa.
El trabajo de la trilla se hacía al ritmo uniforme del trote de las caballerías, en círculos sobre la era. Para aumentar la presión de las piedras o los discos el trillador u otro miembro de la familia, se montaba sobre el trillo.
Con el roce de los discos y piedras, la paja quedaba triturada en la superficie y el grano, por su mayor peso, se depositaba sobre el suelo de la era.
Cuando ya se consideraba bastante machacados los tallos y separado el grano de la paja se recogía en un montón alargado a lo ancho de la era o en forma redondeada, más centrado en la era, para permitir después el aventado utilizando las orcas de madera.
Así, la paja triturada, mezclada con el grano, se amontonaba en un rincón con la “plegadera” (aparejo de madera tirado por la caballería).
Luego con escobas y con el barrastro se recogían los restos de la mies y la paja.
El aventado
Consistía en lanzar al aire el conjunto machacado y al caer se separaba el grano de la paja por acción del viento.
Finalmente para que quedará limpio del todo se pasaba por la criba (o cernedor). Con el fin de facilitar la criba se ataba la criba a una orca por un extremo y asía por el otro, de esta forma una sola persona podía hacer esta faena.
El aventado se hacía en los días de aire (las eras estaban en lugares altos), lanzando hacia arriba con la orca montones de granza, el grano caía por su peso en el mismo sitio y la paja era arrastrada por el aire.
Cuando el grano era muy evidente y quedaba poca paja para aventar se empleaba la pala también de madera y plana.
Más adelante se incorporó la aventadora manual, compuesta interiormente por un ventilador y unas cribas cambiantes, lo que redujo el esfuerzo y la necesidad de esperar a días con viento.
El almacenaje y transporte se hacía en las talegas (más largas y estrechas) y en sacos, con capacidad entre 60 y 80 kilos.
Posteriormente las talegas y sacos se llevaban a la casa, en las caballerías o en carro, para guardar el grano en el granero situado en la parte superior del edificio bajo techo, reservando los mejores granos para la próxima cosecha y en su caso para el molino, para disponer de harina para hacer el pan.
La paja se metía en el pajar que estaba en la misma era o en lugar cercano y de allí se iba sacando según necesidades de las caballerías.
La trilladora
Un gran avance lo supuso la máquina de trillar, accionadas por la fuerza del motor de un tractor, mediante una polea y anteriormente por una máquina de vapor.
Reúne, en una sola máquina, tres tareas que desde la antigüedad se realizaban separadamente: la trilla, la aventada y la limpieza de los granos.
En su interior, las espigas eran desgranadas por un cilindro dentado, quedando separados por un sistema de cribas, la paja y el grano.
La paja salía expulsada por un largo tubo, amontonando la paja en un gran balaguero.
El grano iba cayendo desde las cajas a los sacos colocados convenientemente en su lateral.
Fue durante la guerra civil cuando se utilizó la primera trilladora en Moyuela, ampliando ya su número a partir de la década de los 50, logrando una mayor reducción de tiempos en la trilla.
La cosechadora
En los años 60 del siglo XX se fue incorporando la cosechadora que fue sustituyendo a las segadoras, trillos, aventadoras, trilladoras, eras,.. por realizar el trabajo integrado en el propio campo, no permitiendo a las primeras competir en este tipo de faenas, permitiendo una productividad mayor en este tipo de faenas, suponiendo una mecanización y modernización del sector primario, paralelo al éxodo a las ciudades y reducción de la mano de obra en la agricultura.
Fotografías:
José Abadía, Salvador Monclús, Marcos Vallejo, Fondo Fotográfico A. C. Arbir Malena
Recuerdos de un verano. Julio – Agosto
“Acabada la siega de los cereales se lleva a cabo el transporte de los mismos a la era en que han de ser trillados. Esta operación se llama “acarreo” que resulta pesado y costoso. Se madruga mucho y la mayor parte del día transcurre recorriendo los caminos, llenos de un polvo blanco y bajo un calor agotador, bajo la prudencia y cuidado del buen carretero ante los caminos llenos de baches y piedras, para no volcar con la carga acumulada.
Ahora todavía el acarreo se hace con los carros, salvo algunos tractores y remolques, pues antes se hacía con los animales, rindiendo mucho menos los trabajos.
Las eras están en los alrededores del pueblo, y suelen tener un pajar para guardar la paja y casetas o cocheras para guardar las escobas, barrastros, cribas, sacos, cuerdas,… sirviendo también como refugio para comidas y ante las tormentas de verano.
Actualmente se va imponiendo la trilladora, movida por tractor, pero hasta estos días la forma tradicional ha sido con trillo.
A la salida del sol se echa la “parva”, es decir se esparcen los fajos de mies con las horcas de madera por la era, en círculo. Se extienden unos 90/100 fajos por término medio. Alrededor de las 8 de la mañana se comienza, enganchando dos caballerías en el trillo, dando vueltas por la “parva” de forma circular. Las sierras y piedras de pedernal que llevan los trillos van cortando la paja y desgranando las espigas.
Cada media hora, más o menos, se “encontorna”, es decir se da vuelta a la mies, mediante horcas de madera. Cuanto más calor y más seca esta la mies mejor y más rápido se deshace y se adelanta la faena.
Al mediodía se para, se da de beber a las caballerías y se marcha a casa a comer, o se hace en la era, pues el sol es abrasador, reanudando a las tres, siguiendo la trilla, cediendo la mies, desgranando, cambiando de color la paja, más blanca, mezclando el sudor con el polvo de la mies.
Al atardecer se recoge la parva ya trillada, amontonándola con arrobadera y barrastros, en medio o en un lado de la era, finalizando con el barrido de la era, con escobas de ontina.
Se espera a que haga viento y con las horcas se echa al alto la parva, llevando el viento la paja más lejos y el grano más cerca por su peso. Esta operación se llama “aventar”. Es lenta y costosa porque depende del viento, que a veces falta.
También se hace con máquinas aventadoras, a través de un manil, con la fuerza del hombre, hace rotar unas paletas que con el viento producido van separando igualmente la paja del grano.
Al acabar, la paja se lleva al pajar y el grano, envasado en sacos y en talegas, en las caballerías o en los carros a casa. Este se suele subir al granero, subiendo las escaleras con los sacos en la espalda, suponiendo un trabajo duro y cansado, que finaliza con un refresco de agua con anís o gaseosa para los que han llevado a cabo la faena, a veces también con la ayuda de los vecinos de la calle.
Así día tras día, acarreando y trillando, con mucho sol, sudor y trabajo se van pasando estas semanas, que a la vez llena de satisfacción al labrador al ver cumplido su objetivo de disponer del cereal en casa.
Los trillos, las hoces, las horcas, van quedando como un recuerdo de nuestros padres y abuelos. La técnica y maquinaria moderna se va introduciendo rápidamente en nuestros campos y pueblos.
Ahora la trilla se va haciendo con maquina trilladora. Lo que antes costaba entre 10 – 20 días, ahora se hace en 2 y con menos trabajo. Actualmente hay 9 trilladoras en el pueblo, cuyo número está bastante bien.
Pero aún se ha llegado más lejos, la cosechadora es todavía un paso más para la agricultura. 5 cosechadoras hay en Moyuela hoy, que hacen una gran faena y un gran rendimiento.
Con la cosechadora se ahorra la siega y el transporte de la mies a la era.
El trabajo queda más que diezmado, la vida agrícola resulta más agradable y fácil.
El hombre con esta modernización y mecanización de las faenas agrícolas se vuelve más blando ante la naturaleza”
José Abadía Tirado (11 años).
Trabajo escolar de verano. Moyuela. 1964
El pan nuestro de cada día, del campo a la mesa
Buena parte del trigo se guardaba para ir consumiéndolo bajo la forma de pan, llevándolo primero al molino para conseguir la harina y hacer con ella el pan de manera artesanal.
En Moyuela hasta los años 60, este trabajo lo conocían y realizaban casi todas las mujeres del pueblo, para poder disponer de pan en casa, utilizando los dos hornos existentes.
El horno
El mobiliario que había en el local del horno era muy escaso y fundamentalmente consistía en:
Torno: Mesa de madera ancha y sujeta al suelo, en caso de estar en un lateral, también sujeta a la pared.
Olla: Superficie plana de piedra o ladrillo junto al fuego. Situada a unos 80 cm. del suelo y de unos 10-15 metros cuadrados de superficie. Es el lugar en que se pone a cocer el pan.
Portera: Puerta de hierro de 40x 40 cm. con la parte superior redondeada y a unos 80 cm. del suelo. A través de ella se accede a la olla.
Había otra portera más a la izquierda que es la del fuego. Es el lugar por el que se mete la leña al fuego y por donde se saca la ceniza.
Pala: Vara larga de unos tres o cuatro metros de largo por 5 cm. de grosor con una tabla fina sujeta en un extremo. Sirve para meter la masa en la olla y sacar el pan cuando esta cocido.
En Moyuela, de toda la vida había dos Hornos, en el barranco, uno junto a la fuente y el otro a la entrada de la calle Ferial.
Los dos Hornos eran parecidos, teniendo una forma más o menos rectangular con un Torno pegado a cada lateral y otro en el centro. La puerta de entrada se encontraba en un extremo y en la pared frontal estaba la olla de la cocción con la portera de la leña en el lado izquierdo y la portera por donde entra y sale el pan un poco más a la derecha.
El sistema de funcionamiento y del trabajo del hornero no era como en la actualidad.
El encargado del horno no se dedicaba a fabricar el pan y luego venderlo, sino que su trabajo fundamental era el mantenimiento del horno, sobre todo del fuego. Compraba la leña pagando un pan por cada carga de leña que le traían y cobraba a las mujeres un pan por cada treintena que les cocía en su olla.
Una carga de leña son cuatro fajos, generalmente de aliagas y matorrales. Los cuatro fajos se cargaban en un burro con albarda para su transporte.
Para hacer una carga de leña y conseguir un pan, las personas que se dedicaban a esto, generalmente tenían que desplazarse hasta el monte de Blesa o a la rambla de Herrera. Tenían que ir a otros términos municipales, (que era ilegal) porque en Moyuela casi no quedaba leña ya que tenemos menos monte que otros pueblos vecinos y en los años 50/60 del siglo pasado había muchos habitantes en el pueblo, por lo que se consumía mucha leña para guisar y calentarse, con lo que los cabezos y montes quedaban totalmente limpios de todo tipo de matorral.
El beneficio que obtenía de su trabajo el encargado del horno como ya he explicado era el pan que recibía por cada treinta panes que cocía. Esos panes los utilizaba para el consumo en su casa y si le sobraban, los vendía a las personas que no se fabricaban su pan como por ejemplo el médico, veterinario, secretario, maestros, etc.
Proceso de fabricación del pan
En el proceso de fabricación del pan, lo primero que se necesita es la harina. Si la harina procedía de la fábrica ya estaba lista, pero si era del molino se necesitaba separar la harina del salvado, a este proceso se le llamaba “Cernir” y consistía en pasar la harina por una máquina a la que también llamaban “Torno” dándole vueltas a una manivela.
El torno para cernir estaba en el patio de algunas casas.
Una vez que tenían harina debían conseguir levadura. La levadura era un pan de masa de hace tres o cuatro días que tenía alguna de las vecinas que hubiera masado recientemente.
Al día siguiente se empezaba masando en casa en la “Artesa” (especie de cajón de madera) haciendo una masa con harina, agua, levadura y sal.
Se ponía la masa en una canasta tapada con mandile s, una manta y un “Masero” (trozo cuadrado como de sábana) y se llevaba al horno y se dejaba allí. Cuando había pasado una hora, se volvía al horno a “Sobar” echando la masa al Torno y dividiéndola en “Pastones” (trozos de masa de unos seis a ocho panes) para volver a echarla de nuevo en la canasta.
Pasadas una o dos horas, cuando había crecido la masa en la canasta, se probaba para ver si la masa estaba ya preparada para “Delgazar” (dividir la masa en panes). Si consideraban que ya estaba lista, ponían harina en el torno y echaban la masa encima empezando a delgazar y a poner los panes en un mandil y tapados con otro.
Se contaban los panes por treintenas y ya estaban preparados para cocer en la olla.
En la olla del horno, el fuego estaba a la izquierda por lo que los panes que se ponían cerca salían más quemados, los que estaban en la zona del centro a la que llamaban “diestra” salían menos quemados y los que se colocaban a la derecha salían más blancos.
En cada masada se solía hacer pan para unos diez o quince días y el tipo de pan que se hacía era Pan de Cinta que era el pan típico de Aragón. También las famosas “guitarras” (cañadas). No se hacían Barras ni Chuscos.
A la vez que se masaba se solían cocer dos o tres guitarras para comer en el día y también algunos bollos rellenos de harina aceite y azúcar. Según el tiempo también podían hacerse bollos de sardinas, de pimientos o tortas de chichorras.
El horno era un lugar proclive para discusiones, ya que pasaban muchas mujeres a lo largo del día y tenían que guardar turnos para las diferentes faenas ocasionando roces y diferencias de opinión.
A la persona que te había dejado la levadura (generalmente una vecina) se le devolvía otro trozo de masa con un poco de aceite.
En aquellos tiempos como ya he comentado se masaba para diez o quince días y cuando se empezaba a poner el pan duro se solían hacer migas y sopas para gastarlo.
Al hornero se le pagaba un pan por treintena cocida, este pan se echaba en la “Poya”, que era un hueco con una pequeña puerta que había en el rincón.
Posteriormente el hornero empezó a fabricar el pan y las mujeres ya no tenían que masar para su casa.
Entonces el sistema que se utilizaba era que el agricultor le llevaba la harina y el hornero devolvía pan. El hornero te entregaba una cartilla cuadriculada con los kilos de pan que te correspondían y de allí cada vez que comprabas un pan te recortaban una cuadrícula.
En un principio por cada 100 kilos de harina que llevabas te daban 105 kilos de pan y posteriormente te daban los mismos kilos de pan que de harina.
Entonces las mujeres ya no hacían el pan, pero varias veces al año (sobre todo en fiestas señaladas) solían ir al horno para hacer diferentes dulces como roscones, bollos, bollos rellenos, bollos de chichorras, de pascua, mantecados, magdalenas, hojaldres, etc.
Hoy en día tanto el pan como los bollos y dulces diversos se compran en la panadería, por lo que se ha perdido totalmente la tradición de los trabajos realizados en el horno.
Fuente: Jesús Aznar, El Gallico, 2009
Fotografías: José Abadía, Internet y Aragón, así vivimos.
Dibujos: Julio Alvar: Etnografía de Aragón, 1986
Hornos, horneros y panaderos de Moyuela
En los años 50 había dos hornos en Moyuela:
– El Alto, situado en calle Ferial, esquina con Barranco, regentado por Coronado Jimeno y Dolores Royo, después sus hijos Ricardo y Valera, con despacho de venta en callizo Moneva.
– El Bajo, situado junto a la fuente, debajo del Café, en el que trabajaban como horneros la tia María Estella y su marido, su hija Ángela, Antonio Pina y Joaquina Gracia. Le sustituyeron José Soriano y Lupe Gracia, luego Juan José Soriano y Mercedes, junto a Manuel Sánchez y Valera, hasta su cierre, a principios de los 90.
– Posteriormente regentaron horno y panadería Pedro Gracia y Carmela Aznar, en la calle Virgen del Carmen y el último el horno el Gallico en calle Costeras.
Informante: Antonia Tirado Alcalá
Mas información en
“EL PAN NUESTRO DE CADA DIA”
en MEMORIA DE MOYUELA. PATRIMONIO CULTURAL, DVD 1
Incluye la elaboración artesanal del Pan en el Horno Bajo de Moyuela, en 1987, por Manuel Sánchez Pina y Juan José Soriano Gracia.
Molinos harineros y molineros
La figura del molinero-panadero desde un principio la ostentó el ama de casa, en muchos lugares donde no existían molineros a diario se trituraba el grano en las casas particulares. Posteriormente han sido tres los eslabones fundamentales que han formado la cadena que une las labores desde la recogida del cereal hasta ser convertido en pan para ser consumido: el molinero, el hornero y el panadero.
Vistos estos últimos es de justicia referirnos aun brevemente a los primeros.
En Moyuela, encontramos dos molinos harineros, de funcionamiento mediante aprovechamiento hidráulico, uno en la parte superior, Molino alto a través de la acequia y balsa y otro en la huerta baja, con balsa, citados por Madoz, en su Diccionario Geográfico, en 1845, y cuyos restos aún podemos apreciar.
Noticias sobre molinos y molineros de Moyuela desde finales de mil ochocientos”:
– En el Molino Alto estuvo Manuel Royo y su mujer Bárbara, que tuvieron siete hijos: Manuel; Bautista; Dolores, casada con Coronado Gimeno; Josefa, casada con un molinero de Blesa; Gloria, casada con otro molinero de Piedrahita; Clemente, casada con Ángel Cubero y Felisa, casada con Pedro Cubero.
Esta familia estuvo de molineros hasta que murió el padre, Manuel Royo y el hijo Manuel, casado en Moyuela con Perpetua Aznar, se fue de molinero a Fraga, y el hijo Bautista, el menor de la familia, se marchó de trompeta a un cuartel y luego fue policía armada.
Después, estuvo unos años de molinero, en el molino alto, el señor Crispín Alconchel, que tenía cuatro hijos: Santiago, Santos, Víctor y Catalina, marchando a otro molino a Muniesa.
Mas tarde, entró en el molino alto el señor Luis Bernal, de soltero, casándose luego con Ángeles Gracia, permaneciendo hasta que empezó la guerra civil en 1936.
Pasada la guerra, estuvo en el molino alto Santiago Alconchel, casado en Moyuela con María Pina.
– En el Molino de la Huerta Baja, después de la guerra, estuvo el señor Crispín y la señora Eulalia.
Fuente: Jorge Bordonada Domingo
junio de 2007
– En el Censo Electoral de 1934 aparecen en Moyuela como Molineros de profesión: José Alconchel Peg, de 30 años, Luis Bernal Crespo, de 30 años, Alejandro Magallón Nuez, de 43 años, Manuel Royo Nuez, de 23 años
Azafrán. Oro Rojo
“Azafrán, oro rojo” resume el tremendo significado de esta flor que sirvió de ingreso importante en las rentas de las familias rurales durante varios siglos, convirtiéndose en un medio de ahorro fundamental para acometer gastos especiales. Fue el oro de los pobres durante muchos años, ganado con mucho sacrificio y guardado con esmero.
Etimología
De origen desconocido, la palabra «azafrán», es muy similar su denominación en distintas lenguas, en árabe (za`frān زعفران), inglés (saffron), francés (safran), italiano (zafferano), catalán (safrà), hindi, griego, etc.
Orígenes y comercialización
Existen referencias del azafrán del año 2300 a. C. Ya se empleaba mucho en el antiguo Egipto, citándose en la literatura griega y romana. Su cultivo parece haberse extendido del Oriente al Occidente. A mediados del siglo X se cultiva en la península ibérica, probablemente introducida por los árabes. El consumo del azafrán fue aumentando en la Edad Media, extendiéndose a través de la Europa cristiana hasta Inglaterra.
Para Pascual Diarte (1993), en Aragón, en la Edad Moderna, las tierras donde estaba más extendido se situaban al nordeste de la Comunidad de Daroca, en la Sesma de la Honor de Huesa y en las tierras llanas de Trassierra (Blesa, Muniesa, Maicas, Huesa, Cortes, Moyuela, Monforte, Azuara, Plenas, El Villar, Herrera). Otra importante zona de producción era el Campo de Monreal, en el valle medio del Jiloca, y en las tierras aledañas (Monreal, Torrijo, Calamocha, Cuencabuena). El tercer núcleo, lo formaban algunos lugares de los Campos de Langa y Cucalón (Lechón, Langa, Cucalón y Lagueruela).
El primer documento escrito en que conocemos la existencia y utilización del azafrán en Moyuela data de la Visita Pastoral de 1567, momento en el que la Iglesia recibía aportaciones en azafrán.
En el siglo XX, se distinguían las siguientes zonas, en el límite de la provincia de Zaragoza y Teruel:
Zona de Monreal: Monreal del Campo, Torrijo del Campo, Caminreal, Singra, Calamocha, El Poyo, Fuentes Claras, Blancas, Pozuelo del Campo, Ojos Negros, Villafranca del Campo, Villar del Salz, Peracense, Almoaja, Villarquemado, Toremocha de Jiloca, Torre la Cárcel.
Zona de Muniesa: Muniesa, Lécera, Alacón, Cortes de Aragón, La Hoz de la Vieja, Monforte de Moyuela, Mezquita de Loscos, Loscos, Plenas, Moyuela, Villar de los Navarros y Herrera de los Navarros.
Zona de Campo Bello: Bello, Torralba de los Sisones, Villalba de los Morales, Odón, Las Cuerlas, Tornos, Castejón de Tornos, Gallocanta y Berrueco.
Zona de Campo Visiedo: Visiedo, Lidón, Argente, Bueña, Camañas, Escorihuela, Celadas.
Hoy el azafrán se cultiva en todo el Oriente (especialmente en Irán e India), en Marruecos, en Europa (España, Francia, Grecia, Austria), Suiza, Inglaterra y Pensilvania.
En Moyuela tuvo una gran importancia social y económica hasta su total desaparición a finales del siglo pasado.
Cultivo
Labores previas
Con la arada profunda (entre 35-40 cm) se prepara el terreno, mullirlo para retener humedad y preservarlo de la erosión. Se solía realizar en marzo o abril, y también en mayo o junio. Tradicionalmente esta labor se llevaba a cabo con arado de vertedera, tirado por animal o tractor pequeño.
Plantación
La reproducción tendrá lugar por medio de los bulbos o “cebollas”, que proceden de los arrancados al levantar el cultivo final de su ciclo entre los meses de mayo y julio, seleccionando los mejores para la nueva plantación.
Esta “cebolla”, del tamaño de una castaña media, cubierta de unas capas ásperas y fibrosas de color oscuro, con una especie de barbas llamadas espartillo, genera una especie de tubo largo y estrecho, del que salen las hojas o cerdas y finalmente la rosa del azafrán.
Se transportan las cebollas o bulbos al terreno preparado, utilizando tradicionalmente sacos, cestas o arguiños, sirviéndose de animales de carga y posteriormente medios mecánicos.
La operación, llamada plantar o surcar, se efectúa manualmente, depositando los bulbos en el fondo o lateral del surco abierto. Esta apertura se realizaba con azadas, posteriormente con arado tirado por animal, y finalmente por medios mecánicos. Una vez completada la plantación del primer surco se comienza la apertura del siguiente, cubriendo con la tierra extraída del segundo los bulbos depositados en el primero. La operación se repite sucesivamente hasta finalizar la plantación.
También se emplea vertedera y en los últimos años pequeños tractores y mulas mecánicas con sus aperos.
En Moyuela se depositaban de dos en dos, a unos 15 centímetros de profundidad, en líneas separadas aproximadamente 40 cm entre sí cada pareja.
La cantidad de bulbos necesarios por hectárea puede cifrarse como término medio en unos 30 bulbos por m2, lo que daría unos 300.000 por hectárea, con un peso aproximado de 4500 a 6000 kgs. en función de su tamaño y peso.
La época de plantación varía de unas regiones a otras: en primavera; de mayo a junio en La Mancha; en junio en el Valle del Jiloca; en el mes de septiembre como norma general en el resto de Aragón y en Moyuela.
En el otoño siguiente a la plantación se recoge una primera cosecha, siendo la duración del cultivo de cuatro años. Así se llamará al del primer año el “plantao”, y al año siguiente el de “planta de uno”, al de dos el “planta de dos”, al de tres el “planta de tres”, finalizando su ciclo y arrancándolo para extraer la cebolla que puede aprovecharse para nuevas plantaciones.
Cuando las cerdas o espartin se secan y caen suelen ser comidas por el ganado. Es aconsejable no repetir la plantación en la misma tierra hasta pasados doce o quince años para evitar rechazos del suelo. (Murga J. y Ferrandez J., 1984).
Labores posteriores
Realizada la plantación de las cebollas (bulbos), un mes después aproximadamente es conveniente dar una cava de 10-12 cm de profundidad si se observa la presencia de hierbas. Poco más tarde hay que aplicar una bina superficial para quebrar la costra que se produce, así como mullir y airear el suelo. Antes de la floración, en octubre, conviene volver a mullir la costra de la superficie para ayudar a la floración.
Después de la floración resulta oportuna una nueva cava superficial con la misma finalidad.
En marzo o abril, tras el periodo de heladas, se siega el espartillo (cerra), que se aprovecha como forraje para los animales.
En mayo y junio se distribuye y entierra el abono que se aporta al suelo mediante binas, manteniendo el suelo libre de vegetación.
A finales de septiembre es conveniente descortezar (entrecavado y rastrillado) la tierra con un rastrillo o azadilla, para favorecer la salida de la flor, sobre todo en época de sequía.
En Moyuela, para el mes de mayo, una vez transcurridos los tres años, se “saca” la cebolla, suponiendo una operación inversa al plantado.
Se vuelven a abrir los surcos (antiguamente del mismo modo que el plantado, con azada inicialmente, después con animal y arado, posteriormente con mula mecánica), y se van recogiendo manualmente los cerpellones o grupos de cebollas, que son transportadas a casa, para proceder, normalmente por mujeres, a esgallufar en la puerta de casa, que supone quitar a las cebollas la gallufa o pequeños mantos de fina piel que llevan adherida tierra. Una vez limpia la cebolla esgallufada se tendía en los graneros para que se aireara (joreara), hasta la mañana de San Juan que se recogía con una pala de madera en sacos, para guardarla en sitio fresco, separando las más pequeñas que servirían de alimento al ganado, dejando el resto como simiente de la próxima plantación. Al año siguiente de haber arrancado la cebolla, para octubre, se acude a recoger los sacadizos del azafrán, puesto que siempre quedan algunos cerpellones perdidos que todavía producen algunas flores de azafrán. (Joaquín Abadía, 1989).
En Moyuela podría fijarse la explotación media en una junta, (2 ½ juntas = una hectárea), contando que las operaciones han sido manuales y el empleo mayoritario de animales de tiro, salvo en las últimas décadas (años 1980 – 1990) con una utilización minoritaria de medios mecánicos..
Abonado, riego, plagas
Resulta una buena práctica incorporar estiércol bien hecho al suelo con unos meses de antelación a la plantación con el fin de enriquecerlo.
Además el azafrán es una planta con exigencias limitadas de agua, pues se trata de un vegetal adaptado a climas secos, incluso en situaciones límites.
La enfermedad más común del azafrán y la más nociva es el “Mal vinoso”, producida por un hongo del suelo (Rhizoctonia violacea), que ataca al bulbo y llega a pudrirlo.
Resulta obligado hacer mención de un roedor, el ratón de campo, que se instala en la tierra del azafrán, excavando galerías que atraviesan a veces todo el plantado, asegurándose con la cebolla su alimentación, constituyendo uno de los peores enemigos de este vegetal.
El método tradicional, en Moyuela, para acabar con esta plaga resulta ingenioso: el zahumado o dar humo al ratón. Con cierta cantidad de paja, el instrumento habitual –el pedreño- y cierta dosis de paciencia serán suficientes. Se coloca la paja húmeda en este recipiente cilíndrico, a modo de tubo, con un asa para cogerlo y manejarlo, en el que se distingue una boca grande en un extremo y un agujerillo en el otro.
Se le aplica fuego a la paja húmeda colocada en el pedreño, que una vez prendida desprende una gran cantidad de humo (al que se añade en algunos lugares azufre). Entonces se aplica la boca grande del pedreño a la galería elegida del ratón, cubriéndola con tierra para que el humo penetre por el “cado”, tras haber taponado el resto de las salidas de las galerías.
El ratón sorprendido por el humo intentará huir a través de su red de galerías, aunque generalmente de manera inútil, pues morirá asfixiado.
Recolección
La parte recolectable de la planta del azafrán es la flor, en la que se alojan los tres estigmas, que una vez separados y tostados constituyen lo que se denomina azafrán.
Dicha operación resulta enormemente costosa y requiere un gran esfuerzo físico dentro del conjunto del cultivo. Dicha labor se realiza manualmente, requiriendo grandes dosis de mano de obra, lo que determina fundamentalmente tanto los costes como las posibilidades y dimensiones del cultivo.
La época de floración se inicia a finales de la primera quincena de octubre, en torno a la fiesta de la Virgen del Pilar en Aragón, prolongándose durante veinticinco días aproximadamente.
La recogida es indispensable efectuarla todos los días, durante varias horas diarias, comenzando al amanecer hasta la salida del sol, pues cuando éste sale las flores comienzan a marchitarse, con detrimento de la calidad del azafrán y dificultando aún más la labor, así en el valle del Jiloca y en Moyuela, cogiéndola “capullada”, sin abrir.
La flor es cortada a la mayor velocidad posible, con la mano derecha y sujetando con la izquierda la típica cesta de caña y mimbre, donde se depositan las flores, de modo que queden sueltas y holgadas, sin apretarse y por el sitio preciso a ras de tierra.
De cada bulbo o cebolla plantado salen dos o tres grillones o tallos, y de cada uno de éstos salen dos o tres flores, así que se obtienen de cuatro a nueve flores por bulbo.
Una vez llenos los cestos, o acabada la recolección diaria, es necesario transportar las flores a la vivienda, lo que vuelve a suponer un nuevo esfuerzo en la medida en que se encuentre más o menos alejado. Antiguamente se transportaban las cestas colgadas de los hombros, y más tarde por medio de animales o finalmente de los vehículos agrícolas o automóviles.
Desbriznado
Una vez recolectada la flor del azafrán debe realizarse la operación del “desbriznado o desbrizne” (Aragón), “esbrinado o esbrine” (Moyuela), o “mondado o monda” en otras regiones, que consiste en separar los tres estigmas de la flor y del estilo que les sirve de soporte.
Es una tarea manual, artesanal y muy delicada, realizándose antiguamente al abrigo del fuego del hogar entre los miembros de la unidad familiar y con ayuda de otras si no se tienen recursos suficientes. El pago de esta operación, que tradicionalmente se llama “oncear”, se realizaba en especie y consiste en dar una onza (29,16 g) de cada doce “desbriznadas”. La unidad de medida en la zona es la libra (de 360 grs. en Aragón); una libra tiene doce onzas (de 30 gr. en Aragón cada una).
En Moyuela era habitual utilizar familiares y peones, si bien el pago normalmente se hacía no en especie sino en dinero, a lo que había que añadir la comida. Participan pues toda clase de personas, jóvenes y mayores, familiares y vecinos. También se llevaban flores a pueblos limítrofes para organizar el “esbrinado” y tras pagar el trabajo al final, volver al pueblo con el azafrán resultante (así, hasta Herrera, Aguilón, Azuara,…).
Se toma la flor con una mano, generalmente con los dedos pulgar e índice, y con la uña del dedo pulgar y el índice de la mano opuesta se cortan los estigmas (brines) de forma rápida y certera, echándolos en un montón o en un plato. No hay que arrancarlos, pues arrastran el estilo tras de sí, sino cortarlos. El resto de la flor, denominada floraza, se tira al suelo, que una vez terminada la labor y recogida se arroja a las afueras del pueblo, dando un colorido violeta especial.
Se estima que para desbriznar una libra de azafrán en verde, una persona experimentada emplea casi una jornada de trabajo.
Secado, tostado
El paso siguiente en este proceso es el secado de los estigmas, que varía de una forma notable de unas zonas a otras, exigiendo una gran experiencia para obtener un buen producto.
El secado o tostado es la operación final, simultánea a las de la recolección y esbrinado, tras la cual el producto final se considera apto para su utilización y comercialización.
El proceso de secado y la forma de operar es la siguiente: se depositan los estigmas sobre un cedazo harinero, en capas de 2 a 3 cm, con una distribución uniforme. Estos cedazos suelen tener unas dimensiones de 30 cm de diámetro y unos 10 a 15 cm de altura. Cuando la capa inferior de estigmas se halla tostada, sin remover ni agitar los estigmas se vuelcan sobre otro cedazo de manera que la capa inferior del primer cedazo, ya tostado, pase a ocupar la parte superior del segundo cedazo, manteniendo el fuego la misma intensidad hasta que la totalidad esta secado o tostado.
La operación se repite tantas veces como es necesario hasta que la totalidad de los estigmas esbrinados ese día se hayan tostado, lo que normalmente acaba en la madrugada.
En Moyuela, el cedazo se colocaba sobre un cuenco que contenía brasas mortecinas, cubiertas de cenizas, manteniendo una temperatura no superior a los 35º C, durando a veces casi dos horas el tostado. Provisionalmente se guarda en una terriza, entre papeles de periódicos.
A continuación se le tiende en una sábana blanca para que acabe por medios naturales el secado. Este secado natural, que se termina en los graneros de las casas, es muy lento y al estar al aire es afectado por los cambios de temperatura y humedad.
El resultado final es un azafrán con más humedad, menos color, menos aroma y peor conservación. La calidad en esta zona suele ser “Sierra”.
El rendimiento final de la operación de secado viene a ser de un 20% en peso (cinco libras se quedan reducidas a una), resultando un producto con una humedad entre un 10 y un 15%.
El azafrán del año tiene poco aroma y olor herbáceo. En el segundo y tercer año el aroma va aumentando llegando a su máximo grado. A partir del cuarto año empieza a perderlo y se considera viejo y del sexto en adelante muy viejo. (Murga y Ferrandez, 1984).
Conservación
Según las distintas zonas son múltiples y variados los materiales y recipientes utilizados para la conservación doméstica del azafrán.
Algunas personas envuelven el producto recién tostado en talegos o pequeños saquitos de lana, guardándolos en cajas de madera o metal resistentes al óxido; otras en frascos de vidrio opaco o en recipientes de barro; otros lo envuelven en tela negra y lo guardan en arcones de madera; todo ello para guardarlo de los efectos de la humedad y de la luz, pues la primera actúa sobre el aroma y la segunda sobre el color. (Pérez Bueno, 1989)
En Moyuela, normalmente se envolvía en un paño y se guardaba en el arca o en el baúl, bien tapado, en un lugar templado y seco y al abrigo de la luz hasta que se vendía, advirtiendo que con el paso del tiempo pierde peso, calidad y aroma.
Gastronomía
En España el principal uso del azafrán es el gastronómico. Se utiliza en pequeñas cantidades, aproximadamente un pistilo por ración y sirve como condimento y da color a los guisos, maceraciones (por ejemplo, para los pinchos morunos), arroces, etc.
Fuente
Abadía Tirado, José.
Azafrán, oro rojo. Esplendor y caída en Moyuela
Cuadernos Pedro Apaolaza, numero 13. Asociación Cultural Arbir Malena, 2003
Fotografías propias e internet, fondo de la Asociación Cultural Arbir Malena y autores y bibliografía citada en la obra.
Ganadería Lanar. Los pastores
La ganadería constituía ya en la Edad Moderna el otro gran pilar de la economía aragonesa, basada fundamentalmente en la agricultura Era el ganado lanar por su número, el que mayor importancia tenía en el conjunto de la actividad ganadera.
Los ganaderos aragoneses se agruparon ya desde la Edad Media en organizaciones de carácter local como la Mesta de Albarracín, el de Calatayud, la Cofradía de los Pastores de Letux o la Casa de Ganaderos de Zaragoza, originándose conflictos por los pastos.
Por los montes de Moyuela era frecuente encontrar antaño abundantes rebaños de ovejas y algunas cabras guiadas por el pastor y sus perros.
En la actualidad sólo las parideras como mudos testigos de lo que fue, muchas de ellas en ruinas, jalonan la orografía y el paisaje moyuelino.
Hoy la ganadería lanar de Moyuela, como en tantos pueblos, está en peligro de extinción. En épocas pasadas se habla de hasta 12.000 cabezas de ganado, hoy de 850.
Debemos reflexionar sobre la importancia de mantener y proteger la ganadería extensiva de ovino en Moyuela y en Aragón, como forma de mantener esta actividad económica, cuidar los montes y garantizar un modelo productivo sostenible.
Los protagonistas: los pastores
El labrador con hacienda poseía un rebaño y para ello tenía a su cargo un pastor, que solía llevar entre 100 y 200 ovejas, residía en la casa del amo, recibiendo alimento, vestido y jornal. A veces también se ayudaba de un mozalbete, llamado cordedero.
Los pequeños labradores que tenía alguna cabra la llevaban con el pastor de ovejas, con el fin de que le proporcionara leche para su consumo familiar.
La principal ayuda del pastor eran su perro, al que le enseñaba a manejar y conducir el ganado y también el palo, como dice el refrán “un pastor sin vara no vale nada” y el típico morral.
La otra ayuda venia del burro para su traslado y del corral y las parideras para refugio propio y del ganado.
Ciclo anual pastoril
El periodo de gestación en las ovejas dura 5 meses. Tradicionalmente cada oveja criaba un cordero al año y los partos tenían lugar en diciembre y enero. Mucho nacían en el monte y eran transportados por el pastor a la paridera.
Los “mardanos” o machos, buscan por el olfato a las hembras en celo para su cubrición.
Hasta el medio año son corderos/as, después borrego/as, primalas al 2º año, tercencas al 3º o endoscas y ovejas al cuarto año.
Las corderas se escodaban (cortar la cola) para facilitar la cubrición.
Marcas
Se marcaban las ovejas con pez líquida y una mera caliente cada año en junio y se borraban al esquilarlas al año siguiente. La marca se ponía en el lomo o en el costado para conocer el propietario, normalmente coincidían con sus iniciales, u otras como cruces, aspas, o líneas paralelas.
Esquileo
Al final de la primavera (mayo-junio) se esquilaban las ovejas, mediante cuadrillas de esquiladores (“tajos”), ayudados por parientes, amigos o peones. La herramienta clásica era la tijera manual (de anillo o de muelle), hasta la llegada de máquinas eléctricas.
Los ganados de Moyuela (entre 25 y 30, oscilaban de 100 a 200 ovejas), se esquilaban en el “Rancho”, en el corral de Juan José Lázaro y en el corral de Isidoro en Peñalba.
Eran esquiladores en Moyuela Genaro, Nicolás, José, Benito, Lucas, la familia de los Bordonada.
Después de la guerra civil venían desde Guadalajara y también de Plenas, y últimamente desde Polonia.
La lana se recogía en ovillos y se echaba en sacas colgadas con ganchos de los maderos del cubierto, tras apretarlas bien se cosían y se preparaban para su venta y traslado a Zaragoza. A veces se guardaba en los trujales de un año para otro, según el precio de venta.
También se guardaba para uso doméstico: se lavaba, se cardaba e hilaba, para hacer jerséis, chaquetas, pedugos y calcetines, medias, mantas, sacos, etc.
La jornada del pastor era muy larga, desde la madrugada hasta la noche, sin días de fiesta, durmiendo muchos días en la paridera, pendiente siempre del ganado.
Los jornales antes de la guerra estaban en torno a 6 anegas (12 kg. por anega) de trigo y 12 duros al mes. En los años 50: 1 caíz de trigo, 30 duros y media arroba de lana al mes y poder llevar 6 ovejas propias, sus corderos y una cabra. En los años 60: 1 caíz de trigo, 1.000 pesetas, llevar 12 ovejas propias y tierra para dos caíces de azafrán.
Ganaderos y Pastores de Moyuela (1958 –1979)
En 1958, según la Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos de Moyuela, reunidos para acordar el aprovechamiento de pastos y rastrojos, figuran los siguientes ganaderos (firman por este orden 23): Valero Viladegut, Crisanto Bernal, Ángel Tirado, Hipólito Aznar, Carmelo Pina, Cirilo Bailo, Vicente Baquero, Jesús Baquero, German Bernal, Ramiro Burriel, Cesar Burriel, Pantaleón Pina?, Santiago Aznar, Enrique Bartolo, Antonio Aznar, Gerardo Aznar, Félix Pina, ilegible, Pedro Pina, Teodoro Navarro, Miguel Millán, José Sanjuan, Ángel Cubero.
En 1959 aparecen además de los anteriores, Pascual Baquero, Domingo Luño, Antonio Pina Tirado, Félix Alcalá, Juan José Gadea, Manuel Pina, ilegible, Carmelo Berne, Vicente Lapuerta, Francisco Pina, Miguel Royo, José Mª Cubero, Pantaleón Artal, Julio Sánchez.
En 1979, según la Cámara Agraria Local de Moyuela había 18 ganaderos de ovino: Félix Alcalá Dueso, Manuel Alcalá Pina, Gerardo Aznar Bernal, Miguel Bailo Galve, Nicolás Bailo Galve, José Bello Bordonada, José Luis Bello Gracia, César Burriel Romeo, Lorenzo Crespo Bello, Juan José Crespo Gracia, Gregorio Crespo Pina, Manuel Gimeno Bernal, Miguel Gimeno Royo, Carmen Lázaro Galve, Domingo Luño Cubero, Anselmo Pina Martin, Cesar Sánchez Crespo, Manuel Tirado Lou. Declaran un total de 3.605 de ovejas.
Desde los años 80 los pastores trabajan por cuenta propia, con su rebaño.
En 1991, (según la Cámara Agraria Local) había 13 ganaderos: Félix Alcalá Dueso, Gerardo Aznar Bernal, Pilar Aznar Dueso, Miguel Bailo Galve, Nicolás Bailo Galve, José Luis Bello Gracia, Ángel Crespo Martínez, Miguel Gimeno Royo, Salvador Millán Navarro, Anselmo Pina Martin, Gregorio Sánchez Crespo, Primitivo Sánchez Crespo y Manuel Tirado Lou. Declaran un total de 3.876 de ovejas.
En 1995 ejercían 10 ganaderos: Félix Alcalá Dueso, Miguel Bailo Galve, José Bello, Juan José Crespo Martínez, Salvador Millán, Anselmo Pina Martín, Lorenzo Royo, José Sánchez, Primitivo Sánchez Crespo, Manuel Tirado Lou.
En 2020, en Moyuela quedan 3 ganaderos: Primitivo Sánchez y su hermano José Luis (400), los hermanos Crespo, Ángel y Juan José (400) y Ángel Tirado (50). Total 850 ovejas.
Relación de pastores en Moyuela
Agrupando por décadas, desde la mitad del siglo XX, aparecen los siguientes:
a) Félix Alcalá Aznar, Inocencio Alcalá Aznar, Cirilo Bailo Sánchez, Prudencio Bello Aznar, Gregorio Crespo Pina, Ángel Cubero Crespo, José Luño Cubero, Domingo Luño Cubero, Carmelo Pina Pérez, Antonio Pina Tirado, Pascual Sánchez Bernal.
b) José Alcalá Pina, Manuel Alcalá Pina, Gerardo Aznar Bernal, Ángel Aznar Dueso, Miguel Bailo Galve, Nicolás Bailo Galve, José Bello Bordonada, Lorenzo Crespo Bello, Francisco Crespo Gracia, Juan José Crespo Gracia, Miguel Gimeno Royo, Ángel Lázaro Bello, Manuel Lázaro Bello, Ignacio Martínez Bonafonte, Anselmo Pina Martín, , Domingo Pina Pérez, Juan José Pina Pérez. Ángel Sánchez Cubero, Jesús Gracia.
c) Félix Alcalá Dueso, Daniel Luño Martínez, Salvador Milán Navarro, Lorenzo Royo Ordovas, José Sánchez Marco, Primitivo Sánchez Crespo, César Sánchez Crespo, Antonio Sánchez Crespo, Manuel Tirado Lou.
d) José Luis Bello Gracia, Ángel Crespo Martínez, Juan José Crespo Martínez, José Luis Sánchez Gracia, Primitivo Sánchez Gracia, Ángel Tirado Burriel.
Fuentes: Joaquín Abadía, Ángel y Juan José Crespo Martínez, El Gallico, 1991, 1995, 2018 y Juan José Crespo, 2020; GEA Voz ganadería, 2000, Archivos de Casa de Ganaderos y Municipal de Moyuela
Exposión Trabajos del Campo
La exposición comprende 12 lonas de gran tamaño (100 x 70 cms): Presentación, Laboreo y siembra, Siega, Trilla (2), el Pan, Azafrán (2), Ganadería ovina (2), Casas y bodegas cueva (2).
Las 10 primeras colocadas en la nueva cueva restaurada (bajo el castillo de san Jorge, junto a la del vino) y las 2 últimas en la casa cueva ya rehabilitada en la parte superior.